sábado, 31 de julio de 2010

Cristina: Mística y Reconstrucción Nacional

reproduzco este escrito que comparto plenamente:

Estamos de sobremesa escuchando a Cristina transmitida desde un colegio bonaerense, cuando mi compañera me dice: “¿Sabés? Estoy cada vez más enamorada de mi país”. ¡La pucha, qué síntesis! Yo no hubiera sabido decirlo mejor, pero su frase expresa plenamente lo que me pasa y lo que, quiero creer, le sucede a millones de compatriotas. ¿Importa saber el contenido del anuncio de la Presidenta? Sí y no. No interesa porque, cualesquiera sean, las medidas que impulsa este gobierno tienen un patrón común: van contra el egoísmo, fomentan la solidaridad, destronan el fatalismo. Y a la vez, los anuncios importan porque cada uno de ellos, y todos en su conjunto, buscan consolidar la Patria, es decir, la posibilidad de que las hijas y los hijos de esta tierra tengan un futuro que sea digno de esos nombres esperanzados: el mañana, las potencialidades, el porvenir. Ya no más el estar condenados a un único destino para todos. Esas chicas y chicos del secundario que se mueven inquietos cuando ella les habla con precisión docente: ¿cómo recordarán, digamos dentro de 30 años, el día en el que recibieron su computadora portátil? ¿Lo relacionarán con el viaje a China, con las cadenas de valor agregado, con la ampliación del mercado interno, con la generación de empleos calificados y, asimismo, con las mendacidades del arco opositor, su calculado pesimismo, su obsceno desentendimiento de los intereses nacionales, en fin, con su falta de amor al prójimo? Pensaba escribir otra cosa con vistas al 26 de julio. Quería hablar de esas veces en que Cristina viene hilvanando ideas y machacando conceptos, y de repente da un giro en el discurso, se embala, sube la apuesta y su garganta vibra de una manera que hace, por momentos, su voz suene como la de Evita. Estremece, emociona, genera mística. Se nota que a María Eva la lleva en las entrañas, le palpita en la sangre la compañera de Juan Perón. Pero debe ser que, a mis 47 pirulos, me pongo intolerante cuando los pibes gesticulan a las cámaras mientras Cristina se esfuerza por explicarles el país en el que les tocó nacer. O sea, “este país” que, como la abnegada Presidenta les explica, necesita que estudien, se formen, se capaciten. Esta mujer, pienso, es “scalabriniana” hasta la médula: está convencida de que podemos ser una Nación, con industrias, con desarrollo científico, con tecnología de punta, con conectividad a todo nivel. Como Scalabrini Ortiz, ella tampoco da ni pide tregua. Si no lo entienden de una manera, le busca la vuelta según el auditorio, lo pone del derecho y si es preciso del revés, pero siempre es la misma cosa: desarrollo más inclusión, consumo más fraternidad, comercio con integración social y comunitaria. Es como si dijera, “¿Allá en el fondo, alguien tiene alguna duda?”, y vuelta a empezar. Se trata, ni más ni menos, que de las “Bases para la Reconstrucción Nacional” pero en la era de las comunicaciones digitales y en la voz de una compañera que está preñada de ese antiguo sueño igualitario de nombre femenino: “La Argentina”. Ella encarna la perfecta mixtura entre el arrebato pasional y la racionalidad más exigente. Algunos todavía no vibran al unísono con esta situación de crisálida. Están los distraídos, los desencantados perpetuos, los pasatistas y, claro, los impacientes que no han levantado una piedra en su vida. Cada uno a su modo, descreen de la palabra y aún de las acciones de la Presidenta. ¿Habrá que decirles, parafraseando a Ernesto Cardenal, que recuerden a Cristina cuando tengan “puentes de concreto, grandes turbinas, tractores, plateados graneros, buenos gobiernos”? Ojalá no haga falta. Ojalá se enamoren. De la Argentina, claro. Carlos Semorile.