Desde adentro
Nunca falta el necio que expone sus deseos como si fuesen el relato de la realidad. Manipuladores de la peor laya que disfrazan su discurso colonial de progresismo y ofenden impúdicamente a los actores de la historia. Fisgones que la miran desde afuera con envidia y se masturban con sus propios dibujos a falta de una pasión genuina.
“Ser peronista quiere decir cada vez menos” dice el falsario que desprecia la identidad mayoritaria del pueblo argentino como la gesta de su revolución inconclusa. De qué sirve explicarle al perverso lo simple que es identificar al peronista de los usurpadores de títulos? Él elige “sus” peronistas a sabiendas de las tres banderas blindadas del peronismo que son la Justicia Social, la Soberanía Política y la Independencia Económica. Él sabe como todos, peronistas o no, que la ausencia o contradicción con cualquiera de estas banderas es irremediablemente excluyente. Él es el impulsor del llamado “peronismo disidente” que significa literalmente, los que disienten con el peronismo.
El peronismo es un movimiento cultural y de masas. Aun con sus certezas es dueño de todas las contradicciones que eso implica. Como identidad política y cultural es de un atractivo irresistible para todo el que tenga verdaderas aspiraciones de llegar con su discurso a las mayorías argentinas. Pero es una identidad colectiva y, por sobre todo, nacional. Los pretenciosos del “peronómetro” deciden quienes son o no peronistas de acuerdo con sus conveniencias ideológicas. En definitiva la Inquisición, los cruzados y hasta el propio Hitler se manifestaban cristianos sin que haya hoy sofistas que se atrevan seriamente a escribir atribuyendo esos crímenes al cristianismo. Pero con el peronismo eso está habilitado. El intelectual “progre” y biempensante, con pretensiones de librepensador suele ser la mascarada del racista más energúmeno que se solaza, en realidad, en el desprecio por las clases sociales que nutren al movimiento popular. Hambriento de la derrota del nacionalismo popular y del peronismo alienta a los usurpadores más oscuros que penetraron al peronismo. Pero lo que más repudia es la capacidad del peronismo de renacer de sus cenizas. Los anticuerpos referidos por Perón que se desinfectaron del menemismo como antes lo habían hecho con el vandorismo y hasta con López Rega. El sofista quisiera que la última expresión en pie de la política argentina fuese por fin superada por una experiencia coyuntural, reconociendo con explicita superficialidad la historia frentista del peronismo que nunca se presentó en soledad ante una contienda electoral. La transversalidad, a su criterio, debe implicar la renuncia a la identidad peronista, porque sino se le notan los negros.
El sofista reconoce la tensión entre peronistas y gorilas y menciona su vigencia en el enfrentamiento de los Kirchner a las corporaciones, desde su lugar de altura y simulando no estar con ninguno de ellos. Y para eso, el discurso progresista dice que los beneficiarios de las políticas oficiales son “presuntos”, y que “no sienten mejorar su calidad de vida”. Para él “la disputa por la ley de medios resultó más incomprensible aún para las grandes mayorías populares” sosteniendo que la disputa por los derechos sociales debe esperar a la comprensión de los beneficiarios (o presuntos…perdón). Se entiende fácil: no alimentar al bebé hasta que entienda porqué debe comer. Y en esta metáfora el bebé es de la medida de los sofistas que sentencian que las mayorías no comprenden, y no que son saturadas por escribas como ellos con el fin de confundirlas.
En su discurso los logros del gobierno son apenas reconocidos con un “más allá de…” que precede siempre a la critica miserable, que es la que reduce el tema de discusión a una coyuntura de días. Para esta clase de rufianes el desprestigio de la política se debe al egoísmo de los políticos y nada tiene que ver con que miles de militantes hayan caído en el peor genocidio de nuestra historia, ni con que los medios de comunicación hayan alcanzado un poder tal que terminaron reemplazando a la política. Estoy convencido de que es deficiente la interpelación del gobierno con el campo popular, y que la clave del triunfo de esta restauración moderada del proyecto nacional pasa por que las clases populares lo sientan propio. También reconozco que no fueron suficientes, en estos 6 años, los esfuerzos o las voluntades para restablecer el tejido vincular del pueblo con su gobierno peronista (…frentista, como los gobiernos peronistas). Pero le agradezco a Cristina que tenga el coraje de intentar el saldo de las viejas deudas sociales sin esperar a que las masas se manifiesten. Queda mucho trabajo para hacer de adentro, que es más importante que mirar de arriba.
Ariel Magirena
El 26 de octubre de 2009 11:20, fabian mantaras
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En el día fundacional del peronismo, el kirchnerismo rescató la transversalidad
Kirchner convocó a las fuerzas progresistas y Cristina dijo que con el justicialismo no alcanza.
Por Alberto Dearriba
De aquellos obreros que irrumpieron en la vida política argentina en 1945 para reclamar la libertad de un coronel con las patas en la fuente, a estos peronistas prolijamente sentados en un elegante teatro, hay una enorme distancia. Tanta como la que separa a aquella vigorosa irrupción inaugural del tormentoso final al siglo, cuando las instituciones argentinas y la economía se derrumbaron frente a un vendaval que reclamaba "que se vayan todos". Este 17 de Octubre tampoco se pareció a aquellas míticas jornadas en las que se celebraba en la clandestinidad el Día de la Lealtad Popular con un profundo sentido de pertenencia…
Los tres actos con los que se celebró la fecha fundacional del peronismo exhiben claramente que el que fuera el mayor movimiento de masas de América latina está definitivamente partido. En realidad, la escenificación no hace más que poner de relieve que "ser peronista" quiere decir cada vez menos. Porque después que un gobierno surgido del movimiento de la justicia social escupió en sus mejores tradiciones durante los años 90, abrazado a políticas liberales, declararse peronista no alcanza para definirse políticamente. Para muchos, la definición tiene hoy el mismo nivel de ambiguedad que proclamarse sanmartiniano.
El kirchnerismo fue reacio desde un principio a la utilización de los íconos, la simbología y el folklore peronista, pero repuso un estilo y una concepción política claramente identificada con el peronismo. Cada vez hay más argentinos que piensan que -en virtudes y defectos- los gobiernos de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández son “muy peronistas”. Y quizá sea precisamente por ello que desatan tanto odio visceral en sectores medios que nunca comulgaron con la "cultura" peronista. Cuando muchos creían que la contradicción histórica de peronistas versus gorilas estaba acabada, los alineamientos provocados por los vigorosos enfrentamientos del kirchnerismo contra las corporaciones, certificó que la contradicción está viva.
Para la Presidenta de la Nación el debate está vigente y viene en realidad "desde el fondo de la historia", tal como lo expresó ayer en La Plata. Se trata ni más ni menos de la lucha del movimiento nacional expresado originalmente por el yrigoyenismo y luego por el peronismo, frente al país exclusivo que históricamente pretendieron los conservadores.
El mayor problema del kirchnerismo en la actuales circunstancias parece ser precisamente que mientras los sectores medios lo rechazan con sonsonetes parecidos a los que esgrimieron contra Perón y Evita, los supuestos beneficiarios de las políticas oficiales no sienten mejorar su calidad de vida del modo que lo hicieron los trabajadores de mediados del siglo pasado.
La soledad del gobierno en los enfrentamientos contra las corporaciones agroexportadora y mediática fue notable. Son pocos los que salieron a defender la decisión oficial de que quienes obtienen rentas extraordinarias cedan una parte de sus ingresos supuestamente a favor de los más pobres. Si hasta se llegó a ver el inédito espectáculo de una parte de la izquierda defendiendo a terratenientes que no quieren pagar tributos. Por supuesto que la disputa por la ley de medios resultó más incomprensible aún para las grandes mayorías populares. En suma, los intereses perjudicados se expresan ruidosamente y el gobierno no ha logrado construir una amplia base popular que defienda claramente sus polìticas como propias. La presidenta cuestionó en La Plata a quienes desprestigian a la polìtica con agravios, porque a su juicio la porfìa del momento no es entre gobierno y oposición, sino entre la polìtica y las corporaciones. Pero sabe que la política será derrotada si no consigue la participación popular.
Más allá de las mejoras en el nivel de empleo que se produjeron centralmente en los años de presidencia de Néstor Kirchner -lo cual permitió una reducción de la pobreza- los sectores populares siguen pensando, mayoritariamente, que los políticos son individuos ajenos al seno del pueblo y que sólo pretenden mejorar sus propias vidas. No sienten que la política sea precisamente la herramienta para incluirlos en una sociedad que les permita comer, educarse, desarrollar sus proyectos y criar a su prole. Por el contrario, miran con desconfianza todo lo que huela a política. Es cierto que el kirchnerismo provocó un debate de ideas que estaba soterrado con el imperio del pragmatismo. Pero también es cierto que el ganador en la Provincia de Buenos Aires en las últimas elecciones fue justamente un hombre que poco tiene que ver con las ideas. Pareciera que cuanto más desideologizado, mejor.
El kirchnerismo parece marchar ahora hacia una nueva etapa de transversalidad. O para decirlo en términos más antiguos hacia una polìtica frentista. Kirchner convocó ayer a las fuerzas nacionales, populares y progresistas, en tanto Cristina admitió que “con el peronismo no alcanza”. En realidad, la historia del movimiento fundado por Perón está signada por la incorporación de distintos actores. Pero ninguna estrategia dará resultado, con miras a las elecciones de 2011, si las grandes mayorías no sienten que les cambia la vida. Si no alcanzan una vida digna. Ese es el desafío de los dos próximos años, si el gobierno pretende repetir. Lo demás, es lo de menos.
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